Por cada lágrima que cae hay un sueño no será.
Por cada lágrima que cae la esperanza deja de brillar.
Por cada lágrima que cae una sonrisa aparece.
Por cada lágrima que cae la pena vive y muere.
Por cada lágrima que cae una vida permanece.
Por cada lágrima que cae un adiós encuentra dueño.
Por cada lágrima que cae el camino es incierto.
Por cada lágrima que cae la noche es más fría.
Por cada lágrima que no llega a su destino la vida es un suplicio.
En algún lugar del tiempo se perdió el sentido del rumbo a seguir, cuando la brújula del destino dejo de funcionar. Un camino que lleva a ningún lado y al mismo tiempo a todo el mundo. Un suspiro de esperanza extinguido por el miedo y la indiferencia. La música no es nada sin un compás que seguir, de igual manera no es la vida sin un propósito para vivir. Y quien compone un soneto encuentra ambas de la mano, coqueteando con el tiempo que se detiene a admirar la belleza del encuentro que le da un motivo para avanzar. En una palabra, o en un millón; en un sonido o en una canción. El ritmo se perdió sin darse cuenta el ruiseñor, que cantaba alegremente en el árbol del amor; confidente en la nostalgia de un ayer que sucedió. Las nuevas notas no saldrán del corazón; simplemente cantara, para el viento, para el mar; para todos los oídos que le quieran escuchar. El árbol marchitó y en las frías ramas se quedó. Antes un hogar ahora soledad, sin embargo la música sonara. El preludio del final, adornado con aromas de un rosal, cada espina que desangra, tiñe el velo carmesí. Con una vida que termina otra ha florecer, si calla el ruiseñor, que canten en su honor. Y se componga una canción, sin ritmo y sin compás; con notas de la vida más no del corazón. Que suene esta desgracia y devuelva la esperanza; que el tiempo se detenga y llore de tristeza. La realidad es amargura que con los sueños se cura.